Recientemente he
tenido oportunidad de volver a releer “Guerra y paz”, después de más de treinta
años, y en esta ocasión ha vuelto a llamarme poderosamente la atención su largo
Epílogo, por encontrarse en él explícitamente toda una teoría de la Historia, del sentido, si
lo hay, de los acontecimientos humanos. El gran escritor ruso, ortodoxo confeso
y practicante hasta su muerte, intenta acá conciliar libertad de la acción
humana, necesidad de los hechos históricos y un tercer elemento: un Dios que de
alguna manera debe participar en la historia. Y es que difícilmente un creyente
podrá concebirlo como espectador imparcial.
La solución de TOLSTÓI
no está exenta, obviamente, de inteligencia: la moderna metodología histórica –dice-
debe estudiar lo que ocurra (sea la guerra entre Napoleón y Alejandro y la paz
posterior, etc., etc.) desde el prisma kantiano de la dualidad entre la teoría
o la ciencia y la libertad en la práctica del quehacer humano, individual o colectivo,
pero reservando a Dios la libertad absoluta, del máximo general ordenador, que
en nada se contamina con la materia, pero que, misteriosamente para nuestra
razón, atrae hacia sí todo lo que existe.
Y ahora permitidme
que intente reflexionar desde la situación que actualmente vivimos, de
dramática crisis, primero económica, pero a la par social y de valores del
sistema capitalista. Entresaca un servidor al menos una enseñanza que me parece
mucho más interesante desde el punto de vista humano: la de KARL MARX. Y
atención que no busco levantar tópicos, marear la perdiz sin más. Creo que hay
tantas virtualidades en este pensador, tan demonizado cuando se critican ensayos
políticos inspirados en él, que traigo ahora una de ellas que me parece totalmente
pertinente: sus constantes afirmaciones en el sentido de que el hombre, y sólo
él, es autor de su historia. En efecto: no hay automatismos, sobre todo para el
primer MARX: la historia no se desenvuelve con total determinación como
defendía su maestro HEGEL: es el quehacer más o menos libre del hombre el que
la hace caminar en un sentido u otro, con uno u otro tempo, perpetuando la esclavitud o
posibilitando la liberación: en su mano está arribar a este o aquel lugar. El
hombre, si se falsea, si se aliena, puede despistarse largo trecho hasta
conseguir la justicia social, la anhelada mayor o menor igualdad.
Obvio que hay otras
visiones de la historia, que pueden ir desde la exaltación del progreso humano
tantas veces manida por el Capitalismo, hasta visiones en sentido contrario hoy
también frecuentes, por ejemplo desde el lado del pensamiento ecologista, que
avisa del retroceso en las condiciones ambientales y el peligro letal que
comporta esto. O esa otra visión muy interesante del lado de NIETZSCHE o M.
FOUCAULT, señalando la circularidad de la historia, fijándonos en los
componentes siempre en juego: inconsciente y brutal poder, idénticas fuerzas
“ciegas” siempre operando en todo discurrir teórico o práctico. Igualmente a
considerar la afirmación wittgensteiniana de que de estas cosas de la Metahistoria no puede
hablarse con exactitud, simplificando, porque no forman parte de los hechos mismos
reales o posibles, del mundo: es una tarea ociosa; y si además tediosa, pues sea obviada sin problema.
Pero hete aquí que
llama poderosamente la atención cómo el ser humano es capaz, o peor, incapaz,
de afrontar sus propias crisis, incluso hoy día que tan listos nos creemos,
fabricando gabletss, aviones, móviles, o sosteniendo una “nube” que virtualmente
nos hace funcionar aunque realmente no valga todo ello para vivir mucho mejor o
más justamente, como lícito es desear. Hete aquí que en pleno siglo XXI parece
que MARX es un analista de las cosas mucho más usable –expresión hoy de moda-,
señalándonos que si nadie hace algo toda la imaginería de Don Francisco
Salzillo, Benlliure o el Berruguete que
camine por nuestras calles, los coros de ángeles ni el mismo Dios van a hacer
mucho por nosotros; apuntando que sólo el hombre, por desgracia quizá, es
protagonista de lo que acá se cuece: de lo bueno en tanto bueno, de la
explotación y la crueldad humanas en tanto que crueldad y explotación.
El cómo hacer, la
cuestión del fin y de los medios, no es ahora fundamental aunque huelga decir
que la inmensa mayoría de personas de mi edad no creo vaya ahora a defender una
revolución sangrienta, pero ello no invalida todo lo anterior y el principio
evidente de que si algo no funciona para la inmensa mayoría debe ser revisado,
o incluso cambiado en profundidad, y que tal no es tarea sino de nosotros
mismos, y ante todo de los afectados: una inmensa mayoría, sostén por cierto, para
mayor contradicción, de esta misma sociedad enferma.
Qué sería de esta
sociedad si todas las fuerzas alienadas hoy, extrañadas en pasear imágenes,
encontrarlas, sudarlas, remirarlas, llorarlas, hablarlas -o incluso toda la
estampida festiva primaveral- se
dedicaran con idéntico ahínco en levantar la protesta, hacerse conscientes de
lo que hay, manifestarse y al menos votar organizadamente, teniendo en cuenta
que no hay mundo celestial que nos salve ni tampoco lo harán los que promulgan
que todo está bien y que basta con unos cuantos retoques o recortes más.
Puede que la historia adquiriera tintes más humanos, y más
aún si esas fuerzas aprenden decididamente a bogar en una misma dirección: la de la reconquista de
la igualdad social.
Pedro Egio.
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